lunes, 21 de enero de 2008

CAMINANDO HACIA EL SOCIALISMO SIN TREGUA

(Documento aprobado por el comité central del Colectivo Socialista Masa)

CONTEXTO INTERNACIONAL

Las nuevas potencias empiezan a amenazar los monopolios centrales de la economía mundial y los excedentes financieros conseguidos con los superávits comerciales substituyen a los poderes económicos que se pensaban totalmente estables. Están aseguradas las condiciones para un boom económico de mediano plazo. Este es el periodo actual. Crecimiento económico con tendencias deflacionarias y caída de costes de inversión a nivel mundial. Desvalorización de la enorme masa de capital financiero acumulado en el periodo recesivo. Lucha creciente por el control de la economía mundial. Los que creen que un largo auge económico significa tranquilidad al contado están muy engañados. Theotonio dos Santos. Razones del auge económico mundial. 2007.

Posteriormente a la caída del bloque soviético y el socialismo chino, el capitalismo mundial procesa su máxima y última expansión a través de la ofensiva del imperialismo, principalmente norteamericano, la hegemonía del libre mercado y el debilitamiento de los controles administrativos de los Estados de la periferia capitalista, conducentes a la sobre explotación de sus materias primas y trabajo humano. Esta situación sin embargo es parte de la crisis del modo de producción, que intercala ciclos de crecimiento económico sostenido con caídas dramáticas de la producción y la consiguiente destrucción de capital y trabajo a gran escala. Los efectos de estos ciclos económicos, que han intentado ser medidos y previstos con desiguales resultados, tiene repercusiones políticas en la forma y contenido de la lucha de clases a nivel mundial.

En un periodo de auge las contradicciones del modo de producción capitalista son fácilmente atenuadas por el capital parasitario que se emplea en corromper al movimiento de trabajadores por intermedio de la “aristocracia obrera” y en neutralizar la radicalización de las clases medias y sectores populares a través de la “cooperación internacional”, generadora de la burocracia transnacional de las ONGs. Los flujos de capitales generan también la gran especulación capitalista, las crisis mundiales por la acumulación y movilidad de inmensas cantidades de dinero que distorsionan las economías locales, que forman espejismos financieros o burbujas que finalmente reventarán, llevando al desastre a los propietarios de pequeños capitales para reconcentrar éstos en los dueños de las grandes fortunas. La sobreproducción, acrecentada por el desarrollo tecnológico, termina en dramáticas caídas de la demanda, producto de la inevitable explotación inmisericorde del trabajo humano, el desempleo estructural y el dramático empobrecimiento de las grandes masas poblacionales. La acumulación incesante de la riqueza en pequeñas elites privilegiadas y la pobreza cada vez mayor en el resto de la humanidad, empiezan a crear brotes de violencia que degeneran en fenómenos como el neonazismo y la lumpenización generalizada.

A nivel político, en esta última fase de expansión capitalista, las conflictos que se generan entre los bloques imperialistas (norteamericano, europeo, asiático) por el control de los mercados en el mundo, refuerzan la concentración del poder en los Estados centrales, su búsqueda de la hegemonía mediante alianzas y pugnas alrededor de las zonas en tensión (Irán y Corea del Norte en esta coyuntura), sus acciones represivas contra las migraciones (que afectan su estabilidad social interna), y en general, su tendencia a reforzar sus aparatos de dominación dentro y fuera de sus fronteras. De ahí que la tesis del debilitamiento de los Estados en general es falsa. Se debilitan los Estados del capitalismo periférico mientras se fortalecen los Estados del capitalismo central. La recomposición de bloques de poder se hace desde los Estados, instrumentalizados para liderar nuevas guerras económicas o militares a gran escala.

Por lo tanto, la contradicciones del capitalismo global que surgen de la concentración de capitales y la sobreexplotación neocolonial, intentan ser neutralizadas a través del uso de la violencia y la ideologización generalizada, que no sólo se ejercen del centro a la periferia sino en el mismo centro, fortaleciendo las identidades nacionales o regionales. A eso se debe la lenta reconstitución del poder europeo que busca desprenderse del paternalismo autoritario de EEUU (desde la segunda guerra mundial), pero que a su vez procesa pugnas internas que dificultan su consolidación. La última guerra en Irak y su correlato diplomático (Francia y Alemania confrontando la política Bush; Inglaterra y España apoyándola) muestra la complejidad en la articulación de polos de poder que irán desplazándose hacia confrontaciones abiertas con las respectivas tensiones geopolíticas. Es difícil en este sentido que continúe la incondicional sujeción europea al imperio norteamericano, aún cuando el bloque asiático, principalmente con China a la cabeza, amenaza la hegemonía económica occidental.

La progresiva tensión ínter imperialista por el control de los mercados y las materias primas, así como la tendencia a contar con grandes masas de mano de obra de ínfimo costo; simultáneamente colisionan con una crisis energética sin precedentes y un crecimiento económico sostenido de la China neocapitalista que requiere de insumos para el desarrollo de su industria pesada. Esto ha repercutido en un mayor porcentaje de crecimiento productivo en los países periféricos. Las fisuras en los bloques imperialistas, la necesidad apremiante de minerales y de petróleo, han dejado un margen para el crecimiento económico que ocasiona un auge engañoso en regiones tradicionalmente pauperizadas. Con ello; el mito del desarrollo dentro del capitalismo mundializado vuelve a imponerse como discurso ideológico en la periferia capitalista, tratando de generar consensos sociales alrededor de un modelo neoliberal suavizado por políticas demagógicas, asistencialismo social y nuevas redes de clientela.

Es en este contexto que es ineludible rescatar la trascendencia de los regímenes antiimperialistas en las regiones mas explotadas que combaten el neoliberalismo, pero a la vez aplican una política realista logrando aprovechar las contradicciones y fricciones entre los bloques imperiales, resistiendo al sometimiento total de la burguesía en sus países y logrando acceder a mercados con ciertas ventajas para sus principales productos, manejados desde sus propios Estados; proyectos que deberían sin embargo acumular fuerzas orientadas a la conquista del socialismo. Particularmente en el caso de Latinoamérica, también las alianzas y balances en el juego internacional han permitido sobrevivir a la heroica Revolución Cubana, sin la cual hubiera sido inviable el surgimiento del proceso venezolano y la incipiente formación de un bloque antiimperialista, con Bolivia y Ecuador. Si bien es cierto las dificultades, retrocesos y ambigüedades en la región andina podría poner en cuestión la magnitud de los alcances revolucionarios de estas últimas experiencias, es innegable su base popular y el real proceso de radicalización desde las masas. Es deber por lo tanto de todos los socialistas americanos apoyar estos procesos, sin perder nuestra autonomía ni las perspectivas de nuestras tareas, que desde nuestras propias particularidades se nos imponen.

El imperialismo norteamericano sabe de las contradicciones que empiezan a manifestarse en toda América Latina. Que la Revolución Cubana y su engarce ideológico con diversos proyectos antiimperialistas, le han dado una dirección más radicalizada a la reorganización popular alrededor del descontento neoliberal. Cualquiera sea el futuro de la experiencia cubana, ésta ya ha dejado su semilla también en este nuevo proceso de lucha por la liberación latinoamericana. Por eso, el imperio del norte ajusta sus instrumentos de dominación en la región: el económico, mediante los diferentes TLCs (que buscan presionar a Brasil y Argentina para que abran su comercio con los Estados Unidos); y el militar, a través del Plan Colombia, que pretende extender por América del Sur, bajo el pretexto de la lucha antidrogas y contra el “terrorismo”. Ante ello, no hay que obviar que la resistencia organizada sigue siendo débil y corre el peligro de caer en reivindicaciones economicistas o de ser canalizada por movimientos nacionalistas dirigidos por la pequeña burguesía, ante la ausencia en gran parte de la región de instrumentos políticos que desde el socialismo, gesten una revolución proletaria.

LA SOCIEDAD PERUANA

La misma palabra revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: "antiimperialista", "agrarista", "nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos. José Carlos Mariátegui. Aniversario y Balance. 1928.

Durante el siglo XX el capitalismo monopólico produjo las últimas revoluciones modernizantes a nivel mundial, liberando al campesinado de la servidumbre y fortaleciendo al proletariado de las ciudades. Ambas clases serán la base social para el triunfo de las distintas revoluciones contra los regímenes feudales, el advenimiento de los estados democráticos burgueses y la conversión de la burguesía como nueva clase dominante. Esto sin embargo no sería homogéneo, y en extensos territorios, los partidos revolucionarios con dirección obrera, avanzarían hacia revoluciones socialistas que derrocarían prontamente a una burguesía aún débil política y socialmente. La Revolución Rusa será un hito en la historia, al crear un Estado obrero en alianza con el campesinado, siendo fundamental para la realización del otro gran hito revolucionario en China.

La reacción de la burguesía mundial, fundamentalmente después de la segunda guerra mundial, fue buscar neutralizar la alianza de clases entre campesinado y proletariado mediante reformas democratizadoras, renunciando a su vez a su antigua y contradictoria alianza con la aristocracia terrateniente. La democracia representativa, la paulatina inclusión en sus instituciones de los sectores medios y los movimientos populares, desmovilizaron a estas clases dentro de los nuevos canales de representación política-social, limitados y controlados por el nuevo aparato jurídico burgués. De esta forma, las reformas agrarias que se dieron en la periferia capitalista y la apertura electoral a los partidos de izquierda, lograron un consenso con ciertas tensiones discursivas, alrededor del recambio electoral y los espacios de representación corporativa. Tardíamente en nuestro país desde el régimen de Velasco, pero en concordancia con todo Latinoamérica, el proyecto nacionalista liquidó el latifundismo, y con ello la feudalidad superviviente pero agonizante desde inicios del siglo XX, concretando la formación de una sociedad capitalista de carácter dependiente.

El capitalismo peruano ha pasado por diferentes fases. Fue embrionario y mercantil a partir de la aparición de la actividad comercial del guano en el siglo XIX; retardado bajo la modalidad de enclaves imperialistas y coexistente con los latifundios, desde el gobierno de Leguía; hegemónico y nacional desde el gobierno de Velasco y la instauración del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI); y neocolonial y dependiente, desde el fracaso del velasquismo y el advenimiento del neoliberalismo. Vivimos por la tanto en una sociedad capitalista, con rasgos específicos por el carácter dependiente del modo de producción, que de manera general, implica una diferencia substancial con el capitalismo central e imperial: al ser funcionales a la acumulación capitalista por la explotación de materias primas y la generación de una mayor plusvalía, coexistimos con restos de modos de producción precapitalistas que progresivamente se van asimilando al modo de producción imperante. Estos {últimos no son sino en general, luego de la concretización del capitalismo en el Perú, los rasgos necesarios del capitalismo dependiente. Los sectores productivos marginales que sobreviven a las crisis capitalistas, y que se generan desde los espacios demográficos que no podrán incluirse de manera completa en el capitalismo mundial; reservas sociales que el capitalismo local emplea en sus precarios ciclos de expansión.

Significa por lo tanto que actualmente, la contradicción fundamental en la sociedad peruana es la del capital-trabajo. La agonía del campo a favor del aburguesamiento comercial de la ciudad (hipertrofiada por las empresas de servicios), la débil industrialización nacional y las principales actividades extractivas que sostienen la economía dependiente (minería y agro exportación) han configurado un proletariado fragmentado y diversificado, que tiene también como expresión la multitud de trabajadores independientes, los que generan puestos de supervivencia (mal llamados pequeña burguesía) y la reserva de trabajadores que se pauperiza continuamente. La pérdida de la conciencia de clase de este proletariado, impide muchas veces evidenciar que es la clase mayoritaria en el Perú. A la que es necesaria organizar y concientizar. Armarla de una nueva forma de organización y de un pensamiento revolucionario que rompa con su enajenación.

El campesinado, aliado histórico del proletariado, actualmente se encuentra en su mayor postración histórica. Huérfana de una representación política y social, sufre la quiebra del campo y la caída del precio de sus productos agrícolas. Arrinconado, sólo le queda vender y favorecer la concentración de la tierra en nuevas manos, que sin embargo orientarán la producción bajo una dinámica capitalista y ya no rentista. Principalmente la agroexportación proletarizará el campo y expulsará a las comunidades que aún resisten la invasión capitalista. De esta forma, en el interior del país se produce la destrucción progresiva del campesinado a manos principalmente del capital transnacional que se vuelca a la compra de tierras. La quiebra de la industria y el agro nacional, producen actualmente una reacción nacionalista contra el capitalismo foráneo que hermana a las clases medias, al campesinado y al proletariado menos tecnificado, dirigidos no obstante por una burguesía nacionalista que, más allá del discurso, lo que busca es un mejor poder de negociación con los representantes políticos del imperialismo económico.

En la lucha de clases sociales en el Perú actual el espacio de articulación antineoliberal se encuentra dirigido por la burguesía nacional y por la pequeña burguesía. La identidad nacional de éstas sin embargo, en la dinámica de la ideología burguesa, no es más que una negociación momentánea, un arma retórica y demagógica para agrupar a las masas y hacer presión. Ya hemos visto que sin embargo el capitalista peruano no tiene ningún reparo si finalmente vende sus medios de producción al capital transnacional y se convierte en socio menor. Los antagonismos entre capitalistas y trabajadores actualmente se encuentran soterrados por un discurso demagógico radical desde un nacionalismo burgués que debe ser combatido en una alianza de clases populares dirigida por el proletariado y su instrumento político.


EL NUEVO PARTIDO

Marchamos en grupo compacto, asidos con fuerza de las manos, por un camino abrupto e intrincado. Estamos rodeados de enemigos por todas partes, y tenemos que marchar casi siempre bajo su fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión adoptada con toda libertad, precisamente para luchar contra los enemigos y no caer, dando un traspiés, en el pantano vecino, cuyos moradores nos reprochan desde el primer momento el habernos separado en un grupo independiente y elegido el camino de la lucha y no el de la conciliación. Y de pronto, algunos de los nuestros empiezan a gritar: “¡vamos al pantano!" Y cuando se les pone en vergüenza, replican: “¡Qué gente tan atrasada son! ¡Cómo no se avergüenzan de negarnos la libertad de invitarlos a seguir un camino mejor!” ¡Ah, sí, señores, ustedes son libres no sólo de invitarnos, sino de ir adonde mejor les plazca, incluso al pantano; hasta creemos que su sitio de verdad se encuentra precisamente en él, y estamos dispuestos ayudarles en lo que podamos para que se trasladen ustedes allí! ¿Pero, en ese caso, suelten nuestras manos, no se agarren a nosotros, ni envilezcan la gran palabra libertad, porque también nosotros somos "libres" para ir adonde queramos, libres para luchar no sólo contra el pantano, sino incluso contra los que se desvían hacia él. V.I. Lenin. “Qué Hacer”. 1902.


La organización política no sólo cohesiona a un grupo humano (sector de clase) alrededor de un proyecto de poder. También funda una identidad. Un sentido de pertenencia en correspondencia con el convencimiento y necesidad impostergable de la misma existencia partidaria. Sin esta identidad que, conforme avanza la vida partidaria (y las vicisitudes) se hace más fuerte, la militancia termina por erosionarse e individualizarse. Éste es uno de los peligros más frecuentes en las organizaciones jóvenes, pero también en aquellas que sustituyeron la identidad alrededor del proyecto colectivo, por aquella alrededor del culto a la personalidad.

La identidad entonces se vincula a una determinada línea política (programa, estrategia, táctica), que a su vez no puede sino depender del proceso histórico. En la identidad militante por tanto, el sentido de pertenencia se alimenta no sólo de una teoría y práctica política, a la vez interpretación y transformación histórica. Es sobre todo el actuar en el centro de la contradicción entre lo viejo y lo nuevo. Entre una tradición que se recoge y al mismo tiempo se combate. Cuando la crisis histórica es mayor (que es cuando este conflicto es mayor), la identidad militante se fortalece si ha de sobrevivir. Y es entonces que, a mayor dificultad en el cumplimiento de su misión histórica, la militancia se recubre de mayor entrega y mística. La identidad se funda con el pasado que se pretende superar y con el porvenir que se decide construir.

Esta es la razón por la cual los partidos mas cohesionados nacieron en las condiciones más adversas, muchas veces con una militancia reducida, que se podía contar por unidades y en confrontación con los espacios políticos manejados por la oligarquía, la burguesía en ascenso y posteriormente el reformismo. Ocurre con los primeros partidos socialistas y comunistas que se crean en los márgenes de un proletariado naciente. También con aquellos que, años después, surgen como respuesta al revisionismo y a la abdicación revolucionaria de los ya viejos partidos que habían fundado la tradición marxista. En el Perú Mariátegui funda el Partido Socialista en 1928 con un núcleo inicial de 7 militantes. Éste, luego rebautizado como Partido Comunista, se rompería en 1964, dando vida a dos facciones (soviética y china). Las subdivisiones posteriores se engarzaron a su vez con esos pequeños núcleos desprendidos del APRA y del mismo PC que emprendieron la malograda experiencia guerrillera de 1965 (MIR –ELN). Todo ese movimiento de ruptura y de refundación revolucionaria se denominará “nueva izquierda”. Aún a pesar de su dispersión y fragmentación, conformarían un bloque político relevante en la vida política del país, volviendo a protagonizar (mediante dos grupos de sus canteras) una confrontación militar en la década de 1980, más amenazadora para la clase dominante que su antecesora.

Sin embargo, si la lucha de esta izquierda emergente fue contra el pacifismo parlamentario, la burocratización y la administración del sistema, su encadenamiento a las concepciones y prácticas que decía superar ocasionaron su debacle como proyecto renovador. Toda ruptura no es total y forzosamente arrastrará elementos del pasado. Y en un proceso en el que no se afirma la nueva identidad, lo viejo ocupa el lugar de lo nuevo y la identidad no superada el lugar de la nueva identidad no desarrollada. Por lo tanto la crisis consiste en que lo nuevo no puede nacer. La derrota de las nuevas direcciones políticas consistió en que no pudieron resolver la crisis histórica del proletariado, degenerando nuevamente en el reformismo, sustituyendo la identidad revolucionaria por el caudillismo y el culto a la personalidad. No lograron superar el viejo análisis objetivo ni subjetivo. Por eso, la incomprensión de la universalidad del modo de producción capitalista (la terrible tesis de la semifeudalidad y afines) desemboca en el vanguardismo militarista y el electorerismo. Su fracaso los vuelve a encadenar con la lucha por la “democratización” iniciada en la década de 1930 que repiten con la misma debilidad desde el 2000, sometiéndose a la reglas del poder establecido.

En la actualidad el absoluto predominio de la lucha legal (democrática) no es parte de una táctica de reconstitución y acumulación, sino de una derrota objetiva de los referentes que intentaron superar la crisis orgánica que afrontó la izquierda en los sesentas. Esta derrota tiene el rostro de la burocratización de los espacios de representación popular. La disputa de estos espacios que se realizan mediante el vanguardismo y el economicismo reproducen el viejo ciclo del reformismo: agitación-lucha legal-burocratización-agitación. Este ciclo del reformismo se reproduce en los distintos espacios donde el movimiento popular tiende a una organización espontánea, ahogando su crecimiento, sustituyéndolos por las “vanguardias iluminadas” que de esta forma coparán los espacios pseudo representativos y negociarán su cuota en la administración del sistema. Podemos apreciar como se ha afirmado la tendencia del círculo vicioso burocrático- reformista en todos los espacios de potencial desarrollo del movimiento popular, encubierta por los discursos radicalizados del oportunismo.

La militancia no se afirma sin identidad y queda en nosotros afirmar la nuestra en las tareas que nos demanda la reorganización de un movimiento revolucionario. Nuevamente la crisis nos obliga a dar nacimiento a un nuevo proceso, en el que la lucha contra el reformismo no puede ser rebajada por los llamados a la unidad, ni por los chantajes de las falsas vanguardias ya derrotadas por sus propios vicios de secta. Nuestro acercamiento a las masas es dialéctico, no instrumental. No las dirigimos, ni nos dejamos conducir por ellas, al despeñadero economicista. Nuestra lucha se prepara sobre bases sólidas en lo teórico, defendiendo la completa validez de la ciencia marxista pero a la vez purgándola de las desviaciones ideológicas del dogmatismo; en lo programático, asumiendo el socialismo contra el nacionalismo iluso que busca su alianza con una inexistente burguesía “progresista”; en lo organizativo, rompiendo las costras burocráticas de la vieja izquierda y creando nuevas formas de organización y relación dialéctica con las masas, nuevos espacios de educación constante y esforzada de los hijos e hijas del pueblo para la preparación del proceso de transformación revolucionaria.

El sectarismo no debe ser confundido por lo tanto con el combate con el economicismo, con el electorerismo, con la burocratización de las representaciones populares. Nuestra militancia no debe sentirse en ese caso comprometida con los proyectos unitarios de los falsos radicales del oportunismo decadente. Afirmar un camino solo depende de una estrategia revolucionaria en la que forjar una alianza entre el proletariado y el campesinado, tarea incumplida por las generaciones anteriores, es componente fundamental. Pero además, en función de la lucha estratégica contra la burguesía nacional, tácticamente debemos socavar constantemente el poder que ejerce mediante sus aparatos de legalidad. No nos dejaremos arrastrar al pantano de la legalidad y de la “democratización” burguesa que agitan constantemente aquellos que buscan en su derrota acomodarse al sistema de dominación. Si hemos de sobrevivir, será porque llevaremos hasta el final una lucha decidida no sólo contra el imperialismo y su apéndice, la burguesía nacional, sino contra todo reformismo, especialmente aquel disfrazado de revolucionario.

ESTRATEGIA, PROGRAMA, TÁCTICA REVOLUCIONARIA

El marxismo exige de nosotros que tengamos en cuenta con la mayor precisión y comprobemos con toda objetividad la correlación de clases y las peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, siempre nos hemos esforzado por ser fieles a este principio, incondicionalmente obligatorio si se quiere dar un fundamento científico a la política.

“Nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción”, decían siempre Marx y Engels, burlándose con justicia de quienes aprendían de memoria y repetían, sin haberlas digerido, “fórmulas” que, en el mejor de los casos, sólo podían trazar las tareas generales, que necesariamente cambian en correspondencia con la situación económica y política concreta de cada periodo particular del proceso histórico
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V.I. Lenin. Cartas sobre táctica. 1917

Una estrategia puede evidenciar los intereses de clase que intervienen en las políticas de un referente partidario. Si finalmente se traza como objetivo derrocar el poder de la clase dominante, o si por el contrario, lo que se busca es acceder a compartir una parte de él desde el gobierno. Debemos partir en primer lugar por entender que la estrategia es la combinación de elementos objetivos y subjetivos para lograr un objetivo político histórico. En segundo lugar debemos dilucidar qué objetivo es de trascendencia histórica para la clase social que representamos. Si ambas líneas se plantean no sólo adecuadamente, sino con transparencia y honestidad, podemos catalogar a una estrategia de reformista o de revolucionaria, siempre desde la perspectiva de clase dentro de la cual se actúa.

Cuando combinamos los elementos objetivos con los subjetivos, debemos saber adecuar la práctica de los últimos a las condiciones de los primeros. Un ejemplo de ello es que no podía plantearse una revolución socialista en un país feudal sin antes pasar por una revolución democrática, pues liberar al campesino de la opresión terrateniente es una tarea que antecede a la socialización de medios de producción. Es materialmente imposible sostener la industrialización sin resolver el problema del campo, que en la feudalidad, ahorca el desarrollo de los medios de producción modernos y la vida de las ciudades. Puede por lo tanto existir un proletariado conciente y organizado, y no digamos que éste carece de peso revolucionario por insuficiencia del elemento cuantitativo, sino por las condiciones objetivas en las que se desenvuelve; condiciones que podría aislarlo del resto del movimiento social y sus reivindicaciones inmediatas. Es la comprensión (o incomprensión) por parte del elemento conciente, de las condiciones objetivas, lo que determina su calificación.

Por otro lado y a la inversa: desarrollado el capitalismo hasta su fase monopólica e imperialista, agudizadas las contradicciones hasta desembocar en guerras sangrientas y en genocidios continuos, destruidas en cada crisis grandes cantidades de fuerzas productivas (capital y trabajo humano por igual), el elemento conciente no puede sino procesar una lucha por la socialización de los medios de producción, pues la mundialización del capitalismo, ha resuelto según sus necesidades las tareas democráticas incluyendo la funcionalidad de las periferias. En el mundo el surgimiento de los Estados-nación culminó con el gran movimiento nacional que liquidó el antiguo colonialismo durante la década de 1950 en Asia y África, mientras en Latinoamérica fue la expansión del capital durante y después de la II guerra mundial la que obligó a revoluciones democratizadoras “desde arriba”. El desarrollismo fue instaurado por gobiernos autoritarios y dictaduras militares a través de los proyectos nacionalistas.

Sí lo anterior es así, entonces ¿tendría en la actualidad sentido una revolución democrática? La respuesta es negativa tanto si lo que se intenta lograr es una profundización de la democracia burguesa, como de generar un proletariado sólido orgánica y concientemente. La industrialización de la posguerra no volverá a repetirse en Latinoamérica de la misma forma, es decir, con sus correlatos organizativos-sindicales. Y así como también las reformas agrarias se produjeron rompiendo los latifundios pero desarticulando la producción agrícola, abaratándola para desarrollar las industrias urbanas, hoy las organizaciones campesinas buscan el mercado y no la defensa de la tierra; y el mercado los incluirá en tanto vendan sus tierras o se transformen en pequeños capitalistas del campo. Mas la tendencia a la concentración de la tierra en la actualidad hay que recalcarlo, es capitalista. Una revolución democrática por lo tanto sólo alcanzará a constituirse en la actualidad en una reforma democrática, en una política de gobernabilidad capitalista a fin de cuentas.

Eso significa que la única revolución posible en nuestra era es la revolución socialista. Y ante ello surge el problema de la unificación de las fuerzas populares alrededor de un proyecto político que ha sido visto históricamente desde la centralidad de una clase (el proletariado) y desde una visión estructural (económica). En Latinoamérica en particular se encuentra a la orden del día las luchas antineoliberales a partir de los frentes pluriclasistas, en los que el proletariado a perdido la dirección política, y en los que la ideología unificadora es un nacionalismo ambiguo, impregnado muchas veces de reivindicaciones étnicas o de chovinismo militarista en el caso peruano. Y ante ello, se puede caer en la tentación de asumir una revolución nacionalista (antiimperialista y democrática) que se traduce en una estratégica alianza con la burguesía nacional como fuerza directriz, por ser la única que podría dirigir un proceso de resistencia al imperialismo desde el Estado y la hegemonía ideológica que controla. Es decir, el nacionalismo como elemento movilizador antiimperialista, desde ya asegura el predominio futuro de la burguesía nacional, y su posterior traición a su momentáneo aliado de clase, el proletariado.

En tanto la burguesía nacional es enemiga directa del proletariado en una revolución socialista, en tanto no existe burguesía progresista en esta etapa histórica, y por lo tanto lo único viable de asumir es un programa socialista contra un programa nacionalista burgués, la alianza de clase histórica sigue siendo del proletariado (clase dirigente) con el campesinado. Y en esta alianza principal de clase, podemos también incluir como aliados secundarios a las pequeñas burguesías radicalizadas, a quienes pacientemente hay que desengañarlas del nacionalismo antiimperialista inviable. Finalmente la misma actitud de alianzas y de dirección política hay que llevarlas al plano internacional, donde los procesos antiimperialistas han adquirido una mayor fuerza pero también pluralidad de clases. Son aliados importantes que sin embargo no pueden ser asumidos como direcciones internacionales, pues no han definido su camino al socialismo, un socialismo que no puede sino tener claros elementos programáticos.

Y es que de manera mínima un programa socialista debe mantener intacta la capacidad de movilización del proletariado y el campesinado en la lucha por el derrocamiento de la burguesía y la transformación del modo de producción, pero además tiene la función de concientizar a las masas, de darles un derrotero ideológico. En el Perú un programa socialista debe al menos proclamar las siguientes líneas generales: 1) La construcción del Estado de los trabajadores del campo y la ciudad mediante la instauración de la Asamblea Popular Nacional Descentralizada, que sustituya al decadente ejecutivo presidencialista y el inservible parlamento burgués; 2) La inmediata estatización de las industrias y actividades económicas estratégicas, y la progresiva socialización de todos los medios de producción, incluyendo del conocimiento tecnológico; 3) La revolución agraria, que colectivice el campo en beneficio de las comunidades campesinas con apoyo técnico de la Asamblea Popular y un porcentaje fijo de los recursos generados por las actividades estratégicas; 4) El internacionalismo antiimperialista hacia el socialismo, acompañando y luchando con los procesos nacientes que en otros países se enfrentan al imperialismo; apoyo sin embargo que no es incondicional sino en la medida que estos funden un real poder de los trabajadores y busquen la conquista del socialismo.

Sin embargo, lograr estos objetivos estratégicos, que no empiezan con nosotros sino que son parte de un combate histórico del que nos sentimos tan solo herederos y continuadores, no son tarea sencilla ni pueden ser asumidos sin la flexibilidad táctica que hace operativa una estrategia revolucionaria. El socialismo no se crea por decreto y la alianza de clases no se lleva a cabo mediante el voluntarismo sectario. Pero además, la forma táctica por excelencia para lograr la consecución de una estrategia es la habilidad organizativa. La forma de construir poder desde abajo y combatir el poder hegemónico está en primer lugar en función de los espacios de cohesión social; y en segundo lugar, en el contenido ideológico que determina sus acciones y su comprensión política. Son tanto las tendencias reformistas, como aquellas sectarias y dogmáticas, aquellas que más han errado a su vez en el combate, o en la adhesión a las múltiples formas organizativas que el pueblo ha creado para unirse y luchar.

El ejemplo más saltante en el espacio legal y dentro de él, los procesos electorales, los que una y otra vez han sido tanto defendidos (por el reformismo) como combatidos por una cuestión de principios (por el sectarismo dogmático). En realidad un proceso electoral es un espacio de aglutinación secundario y coyuntural, que en determinados momentos puede adquirir una relativa importancia y en otros puede determinar el inicio de un largo proceso de agitación o represión. Lo mismo podemos decir de los espacios de organización gremial o sindical. Algunos se vuelven caducos y deben ser ya desechados, otros pueden ser fortalecidos aún cuando se vean débiles, si le podemos dar otro contenido y otra dinámica de lucha. Por otro lado está la lucha violenta y sus métodos, sea insurreccional, mediante la guerrilla o por el terror. Ha sido denostada del lado de la izquierda y la derecha por igual, mas pueden parecer inevitables en los procesos revolucionarios, por ejemplo aquellos dirigidos por la burguesía (el ejemplo clásico de la Revolución Francesa), sobre todo cuando la clase dominante y explotadora se resiste a rendir su poder y responde con un baño de sangre.

En nuestro país podemos decir que en todos los años de lucha histórica del proletariado y del campesinado han sido tres los espacios de importancia en la organización de su poder: 1) Los frentes de masas; 2) Los espacios legales; 3) Los aparatos militares. El debate actual se centra si alguno de ellos ha devenido en inservible, en innecesario, o deben ser reformulados en su conjunto, adecuados a las condiciones actuales. El papel del instrumento político en estas circunstancias es dilucidar y trabajar sobre la organización popular en base a estos espacios o crear nuevos diseños organizativos. Tácticamente dentro de los dos primeros se agitan plataformas reivindicativas que hay que saber enlazar con el programa socialista. Y podríamos decir que estos espacios son necesarios para construir poder desde abajo, para luchar contra la burguesía, que infiltra su predominio ideológico y sus activistas a sueldo dentro de ellos. Se debe lograr en conclusión que sean parte de los instrumentos de un proceso revolucionario.

Dentro de los espacios legales, el electoral no necesariamente implica la participación dentro de los comicios con candidatos, pues una campaña de voto viciado es de por sí la utilización y la lucha dentro de este ámbito. Pero si de algo debemos estar seguros es que la hegemonía liberal tiene en el espacio electoral su mayor poder legitimador. No debemos olvidar esto, pues a su vez, los gobiernos burgueses se apoyan en esta legalidad para consolidar el poder de su clase. Por supuesto que si este falla, cuentan con el poder coercitivo y aplastarán cualquier resistencia que escape a su consenso, pero lo importante es que usan preferentemente las “armas democráticas”. A contracorriente del infantilismo denunciado por Lenin, nosotros debemos también saber utilizar este espacio de agitación de la mejor manera. Sin caer en posturas desde un idealismo principista que niegan su participación en él por ser reformista.

Pero, sin tener que sustentar en demasía, es la organización de las masas el espacio más importante para forjar el poder social. La historia tiene ejemplos dolorosos de lucha llenas de fervor pero estériles, debido justamente a que se produjeron al margen de la participación de los sectores populares. En la actualidad sin embargo no existe un consenso sobre qué órganos y qué forma debe adoptar la reorganización social. Nosotros consideramos que existe un potencial en la creación de un nuevo sindicalismo que una a los trabajadores formales con aquellos denominados “informales” y a los trabajadores del campo y la ciudad. Sindicalismo que a su vez debe constituirse en un eje sindical que enlace y encabece las luchas de los frentes pluriclasistas (llamados también Frentes de Defensa, donde el campesinado debe ser a su vez la columna fundamental) y les de un derrotero programático-ideológico desde el proletariado. La otra línea de organización de masas es el sector estudiantil, muchas veces menospreciado pero cuyo potencial en el aporte de cuadros es vital y que ha sido ahogado más bien por el reformismo. El principal problema es el contenido ideológico de sus luchas, engarzados casi siempre con un fondo asistencialista y de inclusión en el sistema. También es necesario un nuevo espacio de organización del movimiento estudiantil, ligado estrechamente al eje sindical (a través de una universidad popular) pero que rescate las particularidades que le brindan el manejo y la difusión del conocimiento. Esto sólo podrá lograrse reavivando la organización estudiantil desde sus gremios y nuevos espacios de base hasta centralizarlos en una nueva estructura de representación nacional.

Todo lo anterior es un pequeño esbozo de nuestra concepción y de las tareas que consideramos imprescindibles en esta etapa. Tareas que como organización política hemos empezado a asumir, con mística revolucionaria y con responsabilidad. Creemos que se abre un nuevo escenario en el que nuevas fuerzas del pueblo empiezan a despertar. El Socialismo no es una utopía; es el futuro. Muchos compañeros invalorables dedicaron su vida para construirlo y nos dejaron los cimientos. No podemos ni debemos hablar de derrota. El futuro es una lucha continua que, indefectiblemente, habrá de concluir en la conquista de una sociedad justa, libre e igualitaria.
C.C. CSM Enero 2008