Caracas, 7 Nov. ABN (Leandro Albani).– El 7 de noviembre de 1917 se hacía realidad en Rusia una consigna que luego traspasaría fronteras: campesinos y obreros tomaban el cielo por asalto, comenzando un proceso revolucionario que dejaba atrás el reinado de los zares y un gobierno que intentó tibios cambios que no resistieron al tiempo.
A 91 años de este hecho histórico, el siglo XXI se vislumbra con nuevos procesos de liberación de los pueblos, entre los que se destaca la Revolución Bolivariana en Venezuela, donde los paradigmas que el capitalismo creía haber derrumbado con respecto al socialismo, son puestos nuevamente en debate, discusión y acción.
Liderados por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), y tomando como enseñanzas principales y rectoras las ideas de Carlos Marx para realizar un proceso de cambio radical, el pueblo ruso vivió una etapa contradictoria y profunda que tuvo su primer gran estallido en febrero de 1917.
Para esa fecha, las masas más humilladas y pobres empujaron al régimen zarista de Alejandro II, iniciado en 1855, derrocándolo en la ciudad de Petrogrado.
El hambre, la pobreza y el descontento con la Primera Guerra Mundial fueron detonantes para que liberales y partidarios de diferentes vertientes de izquierda formaran un Gobierno Provisional, donde la Duma (parlamento) era el espacio donde se enfrentaban partidarios de reformas radicales y parciales y que finalmente agudizaron las contradicciones que llevaron a acelerar el estado popular revolucionario. El periodista estadounidense John Reed, que fue partícipe de estos acontecimientos, dejó retratado en su libro “Los 10 días que estremecieron al mundo” la realidad rusa con el Gobierno Provisional: “tanto la situación interior del país como la capacidad combativa de su ejército mejoró indudablemente, pese a la confusión propia de una gran revolución, que había dado inesperadamente la libertad a los ciento sesenta millones que formaban el pueblo más oprimido del mundo”.
“Las clases poseedoras querían una revolución política, que se limitase a despojar del poder al zar y entregárselo a ellas. Querían que Rusia fuese una república constitucional como Francia o Estados Unidos, o una monarquía constitucional, como Inglaterra. En cambio, las masas populares deseaban una auténtica democracia obrera y campesina”, señaló Reed.
La planificación, la organización y una consciencia profunda entre los más desposeídos fue el eje principal para que ese nuevo paso dado en noviembre de 1917 se lograra.
Los comunistas, perseguidos y en muchos casos encarcelados, no dudaron en poner fecha y hora a la Revolución: el 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario gregoriano) desde diferentes sectores se respondió al llamado que permitiría consolidar el poder organizador y democrático a través de los “soviets” (consejos) de obreros, campesinos y soldados.
El intelectual marxista Antonio Gramsci, publicaba en el periódico “Il Grido del Popolo” (El grito del pueblo) algunas apreciaciones sobre lo que sucedía en territorio ruso.
Como si la historia se repitiera en ciertos aspectos a la hora de hablar sobre procesos revolucionarios Gramsci comenzaba su artículo denunciando que “al leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente”, lo que sucedía en Rusia. El autor de “Los Cuadernos de la cárcel” hacía un análisis que quedaría suspendido para el resto de los días sobre los alcances, contradicciones y formas de superación que enfrentan los procesos de liberación: “Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados), sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria?”.
Gramsci remarcaba también que para que la Revolución fuera completa los “factores de carácter espiritual” eran sumamente necesarios: “Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral”.
En sus apreciaciones, el intelectual marxista sentenciaba que “la revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal”. Cuando la Revolución todavía no estaba consolidada, los boicots internos por parte de la socialdemocracia y el imperialismo llevaron a una guerra civil, al mismo tiempo que todas las potencias beligerantes en la Primera Guerra Mundial le declaraban la guerra: once potencias militares atacaban a la Rusia revolucionaria simultáneamente.
Un país devastado y con un atraso tecnológico de magnitudes impresionantes hizo frente a esta situación, pero a costa del inmenso sacrificio del pueblo ruso acosado por el hambre y las enfermedades, mientras el Estado asumía la parte decisiva de la producción en sus manos para detener el saqueo y el boicot. Con las enseñanzas del marxismo, defendiendo el carácter internacionalista de toda revolución, poniendo en manos de los pobladores la democracia y con el objetivo de solucionar los derechos básicos, la Revolución Rusa sentó bases que hasta hoy en día son tenidas en cuenta como aporte fundamental para la liberación de los pueblos.
El transcurso del tiempo, el temprano fallecimiento de Lenin y la expulsión o el asesinato del grupo más combativo de los dirigentes revolucionarios, un manto de burocratismo fue cubriendo a la Revolución hasta finalizar en 1989 con la caída del muro de Berlín como símbolo de un replanteo necesario para los que apostaban por el socialismo.
Sin embargo, la Revolución Rusa transita el siglo XXI como punto de referencia para el estudio, análisis y conocimiento.
“La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la Constitución por la voz libre de la conciencia universal”, escribía Gramsci sobre los primeros logros de los bolcheviques. Y como ejemplo de lo que sucedía en plena liberación de un pueblo, el intelectual italiano describía: “los revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían expiar sus culpas”. No quedan dudas tampoco que en el trascurso de los siglos XX y XXI, en América Latina estas enseñanzas se hicieron piel y todavía encienden luces y debates para beneficio del futuro de los pueblos.
A 91 años de este hecho histórico, el siglo XXI se vislumbra con nuevos procesos de liberación de los pueblos, entre los que se destaca la Revolución Bolivariana en Venezuela, donde los paradigmas que el capitalismo creía haber derrumbado con respecto al socialismo, son puestos nuevamente en debate, discusión y acción.
Liderados por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), y tomando como enseñanzas principales y rectoras las ideas de Carlos Marx para realizar un proceso de cambio radical, el pueblo ruso vivió una etapa contradictoria y profunda que tuvo su primer gran estallido en febrero de 1917.
Para esa fecha, las masas más humilladas y pobres empujaron al régimen zarista de Alejandro II, iniciado en 1855, derrocándolo en la ciudad de Petrogrado.
El hambre, la pobreza y el descontento con la Primera Guerra Mundial fueron detonantes para que liberales y partidarios de diferentes vertientes de izquierda formaran un Gobierno Provisional, donde la Duma (parlamento) era el espacio donde se enfrentaban partidarios de reformas radicales y parciales y que finalmente agudizaron las contradicciones que llevaron a acelerar el estado popular revolucionario. El periodista estadounidense John Reed, que fue partícipe de estos acontecimientos, dejó retratado en su libro “Los 10 días que estremecieron al mundo” la realidad rusa con el Gobierno Provisional: “tanto la situación interior del país como la capacidad combativa de su ejército mejoró indudablemente, pese a la confusión propia de una gran revolución, que había dado inesperadamente la libertad a los ciento sesenta millones que formaban el pueblo más oprimido del mundo”.
“Las clases poseedoras querían una revolución política, que se limitase a despojar del poder al zar y entregárselo a ellas. Querían que Rusia fuese una república constitucional como Francia o Estados Unidos, o una monarquía constitucional, como Inglaterra. En cambio, las masas populares deseaban una auténtica democracia obrera y campesina”, señaló Reed.
La planificación, la organización y una consciencia profunda entre los más desposeídos fue el eje principal para que ese nuevo paso dado en noviembre de 1917 se lograra.
Los comunistas, perseguidos y en muchos casos encarcelados, no dudaron en poner fecha y hora a la Revolución: el 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario gregoriano) desde diferentes sectores se respondió al llamado que permitiría consolidar el poder organizador y democrático a través de los “soviets” (consejos) de obreros, campesinos y soldados.
El intelectual marxista Antonio Gramsci, publicaba en el periódico “Il Grido del Popolo” (El grito del pueblo) algunas apreciaciones sobre lo que sucedía en territorio ruso.
Como si la historia se repitiera en ciertos aspectos a la hora de hablar sobre procesos revolucionarios Gramsci comenzaba su artículo denunciando que “al leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente”, lo que sucedía en Rusia. El autor de “Los Cuadernos de la cárcel” hacía un análisis que quedaría suspendido para el resto de los días sobre los alcances, contradicciones y formas de superación que enfrentan los procesos de liberación: “Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados), sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria?”.
Gramsci remarcaba también que para que la Revolución fuera completa los “factores de carácter espiritual” eran sumamente necesarios: “Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral”.
En sus apreciaciones, el intelectual marxista sentenciaba que “la revolución ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder por poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal”. Cuando la Revolución todavía no estaba consolidada, los boicots internos por parte de la socialdemocracia y el imperialismo llevaron a una guerra civil, al mismo tiempo que todas las potencias beligerantes en la Primera Guerra Mundial le declaraban la guerra: once potencias militares atacaban a la Rusia revolucionaria simultáneamente.
Un país devastado y con un atraso tecnológico de magnitudes impresionantes hizo frente a esta situación, pero a costa del inmenso sacrificio del pueblo ruso acosado por el hambre y las enfermedades, mientras el Estado asumía la parte decisiva de la producción en sus manos para detener el saqueo y el boicot. Con las enseñanzas del marxismo, defendiendo el carácter internacionalista de toda revolución, poniendo en manos de los pobladores la democracia y con el objetivo de solucionar los derechos básicos, la Revolución Rusa sentó bases que hasta hoy en día son tenidas en cuenta como aporte fundamental para la liberación de los pueblos.
El transcurso del tiempo, el temprano fallecimiento de Lenin y la expulsión o el asesinato del grupo más combativo de los dirigentes revolucionarios, un manto de burocratismo fue cubriendo a la Revolución hasta finalizar en 1989 con la caída del muro de Berlín como símbolo de un replanteo necesario para los que apostaban por el socialismo.
Sin embargo, la Revolución Rusa transita el siglo XXI como punto de referencia para el estudio, análisis y conocimiento.
“La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la Constitución por la voz libre de la conciencia universal”, escribía Gramsci sobre los primeros logros de los bolcheviques. Y como ejemplo de lo que sucedía en plena liberación de un pueblo, el intelectual italiano describía: “los revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a los condenados por delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían expiar sus culpas”. No quedan dudas tampoco que en el trascurso de los siglos XX y XXI, en América Latina estas enseñanzas se hicieron piel y todavía encienden luces y debates para beneficio del futuro de los pueblos.